martes, 26 de junio de 2012

Una noche con historia


La bruma nocturna de la Cartagena histórica los arropaba, la brisa marina de su ocaso adormecido les buscaba como el rey león a su leona en celo.  No había mayor motivación que el aprendizaje significativo proporcionado por el corralito de piedra, que aquella noche fría calentaba con su historia el corazón y las mentes de aquellos aprendices.  La magia del “Tuerto López” empezó por cautivarlos, cual mujer coqueta en noche de lujuria, y era aquel sin duda alguna el personaje de la noche.  Conocer la historia del bisojo era su principal objetivo, la primera parada fue su morada, aquella donde en medio de una pared atiborrada de polvo yacía el escrito inerte de un recuerdo de luz, “A mi casa”. Poema que muestra el desasosiego de un mortal entumecido ante el descuido de trozos de piedra en abandono, que ve como sus aposentos se convirtieron en bazar. 
La secuencia la siguió su recinto educativo, Universidad de Cartagena, aquella morada donde el conocimiento le permitía surgir como un mortal burlesco, pero amante de su identidad agónica. Aquella que por los días da la guerra, lo convertiría en un presidiario más de las penurias de una historia maldita.  La calle estanco del tabaco empezó a sofocar la noche, las acostumbradas faenas de tertulias, remembraban las noches de antaño. Como un bitter amargo resultó, pensar en la imposibilidad de  no comprender desde antes, a un loco enamorado de la vida, enamorado que escribía a su manera, enamorado que le escribía a “Mi ciudad natal”.
La calle del Candilejo iluminó la noche con los faros de cada una de sus terrazas. El deseo intenso de conocimiento, fue encendido por estos mismos. Aquellos faroles que adornaban las bienaventuradas calles cartageneras. La media luna de aquel ocaso les mostró el recorrido de una calle llena de historia, esa por donde muchas veces el perínclito ser mortal divagó entre los estragos del alcohol y la penumbra de la noche.  El monumento a los patines viejos representó la última parada.  Los zapatos originales, terminaron envejecidos y destrozados por la inconsciencia de un pueblo que osa despreciar lo propio, aduciendo desarrollo, un pueblo sin memoria y condenado a la desventura de vivir la vida de “Un perro” vagabundo, andariego y taciturno, que se entrega a las penumbras de la calle, a la muerte en sarna.








José Alfredo Palomino Vásquez

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